LA VIDA CONSAGRADA: INICIATIVA DE DIOS
A la persona consagrada Jesús le revela el amor del Padre, creador y dador de todo bien, que atrae a sí (Juan 6:44) una criatura suya con un amor especial para una misión especial. “Este es mi hijo amado; escuchadle” (Mateo 17:5) es lo que dice el Padre al alma de la persona invitada por una atracción interior a confiar en el amor de Jesús, que la quiere en íntima relación y en total consagración a Él y a su designio de salvación.
LA VIDA CONSAGRADA: VOCACIÓN AL AMOR
Hablar de vida consagrada es hablar de amor. El amor de Dios que elige y el amor de la persona que abraza esa llamada.
La vida consagrada es una comunión de corazones, un encuentro y diálogo de amor permanente, entre el Corazón de Dios y el corazón humano.
Un amor que no se compara a otros amores, que es eminentemente pleno y trae inmenso gozo al corazón. Una forma inmensamente nueva de amar a Dios y a los hombres. Tan fuera de nuestra imaginación que cumple la palabra de Isaías 55:9: “Porque cuanto aventajan los cielos a la tierra, así aventajan mis caminos a los vuestros y mis pensamientos a los vuestros”.
“Venid a la fuente los que están sedientos y tomad agua” (Isaías 55:1). Todos tenemos una sed de Dios, del amor y de amar, que es insaciable. Solo puede ser saciada en Dios mismo: “Solo en Dios descansa mi alma” (Salmo 62:2). “Fuimos creados para ti y solo en ti descansará mi alma” (San Agustín).
Todas las vocaciones responden a esa necesidad existencial de nuestras almas para ser saciadas. La diferencia en las vocaciones es el cómo y cuán rápido podemos llegar a experimentar esa comunión que sacia lo más profundo del ser. La vida consagrada a Dios está plenamente ligada con tomar de la fuente divina, que es el Corazón de Jesús. Es la vocación que nos llama a esa plena comunión de reciprocidad en el amor, que nos permite experimentar la promesa del evangelio: “Yo les aseguro que nadie que haya dejado casa, mujer, hermanos, padres o hijos por el Reino de Dios quedará sin recibir mucho más al presente y, en el mundo venidero, la vida eterna” (Lucas 18:29).
Las necesarias renuncias abren paso a Dios en nuestros corazones. Si la casa está muy habitada no damos espacio a Jesús, que quiere nacer y morar en ella. Las renuncias son la apertura total al amor de Dios, es ese vacío de cosas terrenas, aunque buenas, que Él quiere llenar con su presencia y amor. Es un amor que llena a plenitud. La vida consagrada es una vocación a la plenitud, no al vacío. “Los barrancos serán rellenados” y “las colinas serán rebajadas”. Las necesarias renuncias preparan el camino del Señor (Lucas 3:4-5).
La vida consagrada es una vocación, no una carrera: significa una llamada Divina, iniciativa de Dios, a una forma de vida. Una invitación de Dios a que la persona se entregue totalmente según el plan de Su Corazón. No es una profesión o carrera en donde nos entregamos a un trabajo. Nos entregamos por completo a quien es el Amor.
Fuimos creados para estar en comunión con la Trinidad. Desde el seno materno tenemos todos la vocación fundamental al amor de Dios y con Dios. “Desde el seno materno te he amado” (Jeremías 31:3). Amarle con todo el corazón, la mente y la fuerza (Deuteronomio 6:4). Ahora bien, esta llamada universal al amor se hace concreta en un momento de la vida como una invitación directa a ofrecerse en amor a otro: vida consagrada, sacerdocio, matrimonio.
En la vida consagrada, nuestras potencias humanas, afectivas, etc., no son extinguidas, sino que canalizadas a un más alto y sublime propósito.
Nos ensancha el corazón para un amor universal: es el Espíritu Santo quien derrama este amor en nuestros corazones (Romanos 5:5). Es amar a los demás como los ama Dios: sin egoísmos, intereses ni conveniencias personales, “pues testigo me es Dios de cuánto os quiero a todos vosotros en el Corazón de Cristo Jesús” (Filipenses 1:8).
El corazón consagrado a Dios es un corazón amplio y ancho, demasiado grande para no amar a muchos.
Puede contemplar más la belleza en otros, pues contempla por mucho tiempo a Dios, y lo descubre en el corazón del otro.
LA VIDA CONSAGRADA: SIGNO DE COMUNIÓN ESPONSAL CON CRISTO
Dios quiere una relación esponsal con su pueblo.
Toda la historia de salvación manifiesta a Dios invitando al corazón humano a entrar en una alianza de amor.
El Señor desea profunda comunión de amor con su pueblo.
Oseas 2: “La desposaré conmigo para siempre y conocerás a Yahveh”.
Isaías 62:2-5 habla de Yahveh regocijándose en su radiante y bella esposa.
A través de los profetas revela el dolor por la infidelidad de su esposa.